sábado, 21 de marzo de 2015

No somos tan extraños y no somos tan distintos.

En un cumpleaños dos extraños, dos desconocidos se saludaron, se miraron, sonrieron. Ignacio y Victoria. Uno en una punta y ella en otra.
Él era muy simpático. Pecaba de ingenuo. Hacia chistes muy malos. Polera  color navidad. Jeans anchos y arrugados. Manos de dedos gruesos. Ojos de tierra. Pelo corto, prolijo, estructurado, ni un mechon fuera de lugar. De silencios largos y pausados, de escucha atenta. Reservado. Sí estaba incomodo transpiraba más que en un día de verano de subte. Tranquilo y nervioso.
Ella muy desconfiada, inquieta. Sí estaba nerviosa golpeaba con los dedos la mesa. Observaba con disimulo. De carcajadas contagiosas. Ironías de sabor agridulce. Se tocaba el pelo una y otra vez, se hacía trenzas. Esa era su manera de escapar de la incomodidad. Ojos grandes y profundos como los bostezos que daba si estaba fastidiada. De carácter. Enrulada por dentro y por fuera. Dedos infinitos para tocar el piano. Calzas negras con pulover del invierno pasado. Botas de paso inseguro.
Se volvieron a mirar. Él con disimulo, la miro velozmente. Ella se fijo en sus  pupilas, en sus ojos tierra. No hablaban pero se estaban diciendo mucho. 
Ignacio agarró el celular, se sintió raro. Pispeo como venía jugando boca contra quilmes. Hincha fanático, de esos que dejan la voz en un gol.
Victoria sentía curiosidad, se mordía el labio, pensando sí le tenía que hablar, dudaba. Estaba de nuevo en una pelea con ella misma, con "la hija de puta",  esa que le pone trabas. Quiso sacar un poco de ese blabla de su cabeza y fue a charlar con Roberto, el cumpleañero. 
A Ignacio le gustaban mucho los rulos de ella. Se fue a fumar un cigarrillo en el jardín para bajar los nervios, la quería encarar, pensaba que por lo menos el celular le podría sacar. Ignacio era tan confiado, parecía de esos tipos que no tienen fisuras, esos que tienen una vida perfecta. Aunque se la creía un poco, era tan mortal como todos los demás. 
Ella estaba concentradisima en como iba salido la torta de cumpleaños. Se definía como repostera amateur. 
Victoria había dejado de fumar, pero se quedo sin trabajo y volvió al vicio. Esos caramelitos que venden en la tele no le daban resultado. Ansiosa como chico en navidad. No lo veía a Ignacio, pensó que se había ido. Entra al jardín, agarra un pucho y lo ve. No tiene encendedor. Baja la mirada, se toca el pelo. Ignacio con una sonrisa le ofrece fuego. Ella incomoda, acepta. Por inercia guarda el encendedor en el bolsillo. Él la mira  y bromea: "No sabía que te ibas a quedar con el encendedor. Por suerte tengo otro en el auto."
Victoria abre los ojos. Irónica responde. "Pensé que el encendedor era el souvenir del cumpleaños, gracias." Tímidamente empiezan a charlar.
 Hacía frió y caía el sol. Entran al salón. Se miran de nuevo. Ella tartamudea y le dice que había que ir comer la torta, su torta. En ese segundo reflexiona, se juzga y piensa como le dijo eso, se sentía una tonta. Se mordió el labio y bajo la mirada. Quería huir. Acelero el paso.
Ignacio se adelanta. Se pone enfrente. La mira. "Si me robaste el encendedor, yo me robo la torta." 
Victoria se ríe, se marcan sus hoyuelos. Empezó a estar más tranquila.
Ya no estaba uno en una punta y otro en otra. Ahora los dos estaban sentados comiendo, riendose. No había mucho que charlar, esos ojos decían más que cualquiera.

Todos alguna vez somos un poco Ignacio y Victoria. No somos tan extraños, ni somos tan distintos.